Son madres, hermanas, hijas o esposas de la ocupación y aunque sean minoría en las cárceles israelíes están llenas de fuerza para decirle al mundo que son capaces de luchar por sus derechos y la libertad de su pueblo con la misma intensidad que sus padres, hermanos, hijos o esposos.
La primera duda del pacto entre Hamas-Netanyahu salió pronto a la luz. A pesar de que el acuerdo contemplaba la liberación de todas las presas políticas, sin excepción, y los medios se hacían eco de la noticia mientras encabezan titulares con género femenino la realidad es muy distinta. Nueve reclusas se quedaron fuera de la lista y todavía continúan en prisión semanas después de la liberación de la primera tanda de prisioneros.
Cinco de ellas, Muna Qa’dan, Bushra al-Taweel, Haniya Naser, Fida Abu Sanina and Rania Abu Sabeh, detenidas entre junio y septiembre del presente año permanecían en el periodo de interrogatorio -Según la regulación militar israelí dicho periodo puede durar hasta 180 días sin haber presentado cargos en contra del acusado- durante la liberación de los 477 presos palestinos el pasado 18 de Octubre.
De las cuatro prisioneras restantes, Lina Jarbuni posee la sentencia más extensa. Fue arrestada en abril de 2002 y cumple diecisiete años de cárcel acusada de ayudar a una célula de Hamás en Jenin. Le sigue Wurud Qassem condenada a seis años por apoyar a la resistencia a través del transporte de material explosivo desde Cisjordania hasta Ra´nana. Y cierran la lista de prisioneras no liberadas Khadija Habash y Suad an-Nazzal con condenas de tres y dos años respectivamente.
A pesar de que durante la Declaración de Viena sobre Crimen y Justicia en el año 2000 se aceptó por unanimidad que las mujeres prisioneras necesitaban especial atención por parte de las Naciones Unidas, entidades gubernamentales y profesionales de diversa índole; las prisioneras palestinas sufren en las cárceles israelís abusos, humillaciones y continuas violaciones de los derechos humanos.
Existen dos cárceles para mujeres en Israel: La prisión de Hasharon y la de Damon, ambas se transformaron en cárceles en 1953. La primera se encuentra en Tel Aviv y dispone las secciones 11 y 12 para las mujeres, el área 13 está reservada para las prisioneras aisladas. En junio de 2008 todas las reclusas de la zona 11 fueron trasladadas a Damon. Damon es una antigua fábrica de tabaco junto con un establo situada al norte de Israel, cerca de las inmediaciones de Haifa. Debido a su uso inicial, las instalaciones fueron diseñadas específicamente para mantener la humedad y nunca para dar cabida a seres humanos.
En ellas se comenten repetidas violaciones contra los derechos básicos de las prisioneras palestinas. Una de las más destacables y denunciadas en innumerables ocasiones por Addameer -organización palestina que defiende los derechos de los prisioneros- es la falta de atención médica. Sus informes trimestrales y las numerosas entrevistas realizadas con prisioneras destacan que en ninguna de las dos cárceles existe atención médica las veinticuatro horas del día. El doctor -que en ningún caso habla árabe- termina su turno a las cuatro de la tarde y sólo se queda la enfermera para recetar pastillas contra el dolor. Si las reclusas necesitan un especialista, necesitan un permiso oficial por parte del médico que sólo llega cuando la enfermedad ha alcanzado límites muy graves. Si esto sucede, las mujeres reciben el tratamiento en el hospital atadas de pies y manos por lo que muchas de ellas después de dicha experiencia declinan una posterior atención médica.
Las revisiones ginecológicas son escasas y en la mayoría de los casos nulas, llevadas a cabo por un especialista varón, a pesar de que las visitas al ginecólogo y la elección del género del médico durante la estancia en prisión son un derecho y una norma en Israel. La situación se complica si las reclusas están embarazadas debido a que no reciben una atención especial y en su totalidad sufren de desnutrición, lo que acarrea graves problemas para el feto. Al igual que sucede con las prisioneras que necesitan atención hospitalaria, las reclusas palestinas que están a punto de dar a luz son llevadas al hospital encadenadas de pies y manos y una vez que finaliza el parto inmediatamente se las vuelve a encadenar violando así, una vez más, sus derechos.
Además de una atención médica deficitaria, las reclusas viven aisladas. Las visitas de sus familiares son el único enlace que las mantiene unidas al mundo exterior y en la mayoría de los casos dichos encuentros son contados o incluso eliminados totalmente. A pesar de que la ONU refleja dentro del apartado de Reglas Mínimas para el Tratamiento de los Prisioneros en el artículo 17 que a los prisioneros se les ha de permitir, bajo supervisión, comunicarse con sus familiares y amigos más cercanos a través de correspondencia y visitas regulares.
Los familiares de las prisioneras palestinas no pueden visitarlas libremente, y necesitan un permiso específico por parte de la autoridad penitenciaria que casi nunca se consigue y es prácticamente imposible para hombres en edades comprendidas entre los dieciséis y cuarenta y cinco años. A su vez, cualquier palestino que haya sido arrestado por Israel tiene terminantemente prohibido visitar a algún familiar en la cárcel. Si tenemos en cuenta que desde 1967 se han arrestado a 700.000 palestinos la cifra nos muestra que al menos el treinta por ciento de la familia de una reclusa tiene prohibidas las visitas.
Si el encuentro tiene lugar, todo sucede en un entorno traumático y violento para ambas partes. Las visitas también son tratadas como criminales. Se les grita, se les hace una inspección exhaustiva de sus pertenencias y se les obliga a esperar durante varias horas fuera de la prisión -sin contar el viaje que han realizado desde su lugar natal en el Territorio Ocupado Palestino hasta la cárcel que suele estimarse en unas catorce o diecisiete horas de trayecto-. El contacto físico solo está permitido entre madres e hijos menores de seis años. En el resto de los casos, los encuentros que no duran más de cuarenta y cinco minutos son a través de un cristal y un teléfono estropeado, por el cual ambos interlocutores han de gritarse para poder oírse.
La educación también es utilizada como un arma de castigo dentro de las prisiones. Según dicta la UNESCO, todos los prisioneros tienen derecho a formar parte de actividades culturales y a recibir una educación con el fin de desarrollar su intelecto. Las administraciones de ambas prisiones obvian dicho artículo y limitan el acceso en este ámbito. La educación universitaria es un privilegio y está sujeta a criterios tan variados como una buena conducta por parte de la reclusa, que ésta posea el dinero suficiente para pagar las tasas de la universidad, que la elección de la carrera y las asignaturas estén dentro de las enseñanzas permitidas por las autoridades penitenciarias israelíes-carreras como medicina, física o química están terminantemente prohibidas- y que el nivel de hebreo sea lo suficiente bueno debido ya que el único tipo de enseñanza universitaria permitido se realiza a través de la correspondencia en hebreo con la Universidad Abierta de Israel. Además, la penitenciaría se reserva el derecho a cancelar y revocar dicho derecho de estudio en cualquier momento basándose en razones de seguridad.
La prensa y la televisión están también controladas. Los televisores que hay en las prisiones han sido cedidos por alguna organización no gubernamental o por familiares de las prisioneras. A pesar de esto, los funcionarios de la prisión eligen la programación y el resultado se traduce en cadenas israelís en hebreo o ruso, a pesar de que existen cinco canales satélites en árabe. Lo mismo sucede con la prensa, se reparten diariamente dos diarios en hebreo, Maariv y Yediot Aharonot, y sólo una vez por semana las presas pueden leer la prensa árabe gracias al reparto de Al-Quds.
La situación de las cárceles israelís es insostenible y el trato dado a las reclusas palestinas es inaceptable. La falta de atención sanitaria, educación y contacto con sus familiares no solo convierte a la penitenciaría en un lugar hostil donde no sólo se violan los derechos humanos constantemente durante la condena de las prisioneras, sino que también se dificulta enormemente la posibilidad de reinserción social de dichas mujeres.